En cada rincón hay una verdad. Al cruzar la calle, en la espera de Urgencias, a la cola del tren nocturno; justo antes de que marques la numeración de los tomates más baratos. Sin embargo, hemos optado por vivir sobre la expectativa, la idealización, la ficción. La cotidianidad impone leyes: mi nombre, mi peso o mi edad son restricciones que [ahora] decido creer o no. Las clases dominantes edifican esta realidad, pragmática y sólida, también punitiva y fiscalizadora; el resto hemos de vivir a pesar de ella. La única certeza es la ausencia de escapatoria. No caben más capitanes fantásticos: tarde o temprano seremos adecuadamente procesados.
Por eso nos mentimos. Por eso la ficción se inflama de opulencia. Series hipermusculadas, escoradas además en esa evidencia científica que dice que empecemos ya con la terapia de reemplazo de testosterona. Se ven bien y quiero verme así, me digo: obnubila tanta perfección. Series donde todas y todos aprietan carillas de composite, estrujan el liplift, flexionan la blefaroplastia, inhalan la rinoplastia y clavan su bichectomía de rigor, sin mencionar las decenas de sesiones de ácido hialurónico y bronceados y depilaciones láser médicamente seguras. Series que incluso fantasean con cierta imperfección como nuevo modelo de idealización controlada.
Entre 2008 y 2024, la renta española creció menos de un 28 %, mientras que el aumento de los precios subió un 34 %. Es decir, somos casi un 5 % más pobres que en 2008. Más pobres que en plena crisis económica internacional. En 2008, el 1 % más rico poseía el 40 % de la riqueza mundial. En 2024, el 48%. Pese al crecimiento relativo de la riqueza global, el 50% inferior apenas posee el 2 % de toda esa riqueza. Una asimetría digna de vanagloria, un desequilibrio jactancioso de ocho mil frente a ocho mil millones.
Y una realidad que topa con la ficción: durante el mismo periodo he registrado un 22 % extra de series de ricos. No solo por volumen de producción: según rankings, han aumentado las audiencias por estos contenidos. Porque no hablo únicamente de riqueza, también de intención, de la proposición por un feudalismo tecnológico: sociedades verticales donde gente pudiente elige por ti, gente capaz de pagarse dos operaciones al año y hacer cuatro viajes internacionales. Ellos no son yo, yo apenas puedo ir a las Lagunas de Ruidera si conduce otro y yo me encargo de las tortillas de patata.
En esos quince años, Netflix ha pasado de cero a 1.500 títulos originales y 2.800 horas de contenido. Crecimiento porcentual en Amazon Prime Video, Apple TV+, Disney+, SkyShowtime, MAX, etcétera. La inversión total de las seis mayores plataformas de streaming se acerca a los 130.000 millones. Series donde lo primero es el contexto. Después, la falacia. Y si sobrevive, al final va la verdad. El deseo es uno de los grandes motores de la ficción y showrunners como Ryan Murphy bien lo saben. En 2008, la clase media profesional (médicos, policías, héroes cotidianos) gobernaba el deseo. En 2025, las élites secundan a los secundarios. Materia para un nuevo materialismo.
El dinero está arruinando la televisión, decía Sophie Gilbert para The Atlantic. Justo ahora, en la era de las suscripciones, de la rentabilidad por una ficción enfierecida. Lo magro: «un estudio encontró que mayor exposición a programas que regularmente "glamurizan la fama, el lujo y la acumulación de riqueza" nos vuelve más propensos a apoyar recortes en asistencia social». También señaló otros estudios que encontraron que, cuanto más vemos series materialistas, más ansiosas e infelices somos respecto a nuestras propias vidas. ¿De verdad queremos ser eso, voyeristas mezquinos? La secta del Loto Blanco prometía elevarnos al Tian, el «hogar de la verdadera vacuidad». Ese hogar es el purgatorio: el eat de rich solo da de comer a los ricos.
En Espinof plagiaron la idea aunque ampliaron alguna frase: son ricos, son mejores. O lo parecen mejor. Y esto es clave, porque no son mejores. Tampoco exactamente peores. Son, como ejemplifica la ‘Carcoma’ de Layla Martínez en su tercer acto, igual que nosotros, pero no son igual que nosotros. Es decir, son peores. Fitness de lujo, dentaduras de lujo, el mito de la pobreza inherente de la que es imposible escapar por ascensor social y cuerpos de lujo en gente que se declara en contra de envejecer… y grita que los ejercicios de fuerza son la salida. A la fuerza, bruta. Pues no, amigas. Esto huele a humo negro y yo quiero verdad. Y la vida real siempre será más rica y más astuta que cualquier ficcionalización. Así que he salido a buscarla. Vente conmigo. Aliméntate de verdad.
Como cantaba Kendrick Lamar: «I'm so fucking sick and tired of the Photoshop. Show me something natural like afro on Richard Pryor».